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Las soluciones de la ciencia para evitar que el desierto se trague España (y un 41% del planeta)

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50 millones de personas podrían tener que desplazarse hasta 2050 debido a la degradación de los ecosistemas áridos. Abaratar la desalación del mar, regenerar agua de mayor calidad, absorber humedad de la atmósfera... son algunas de las soluciones que podrían paliar la pérdida de suelo

Imagen de un viñedo productivo en pleno desierto del Neguev (Israel), cultivado gracias a la I+D  desarrollada en el país hebreo.
Imagen de un viñedo productivo en pleno desierto del Neguev (Israel), cultivado gracias a la I+D desarrollada en el país hebreo.

La codicia humana desertifica, el abandono del campo desertifica, los incendios desertifican, la agricultura y la ganadería intensivas desertifican... Hasta el agua desertifica, cuando cae en torrente y arrastra, a su paso, el último pálpito de vida en los suelos yermos. Por supuesto, el cambio climático también desertifica, y mucho, pero no conviene olvidar que, como el resto de elementos de la lista anterior, también es obra de la acción humana.

Solo la influencia del hombre en este terreno permite explicar que el ritmo de la degradación sea actualmente más de 30 veces superior al ritmo histórico, según un estudio de la ONU. Cada año, el desierto se traga 24.000 millones de toneladas de suelo fértil, sobre todo en los ecosistemas áridos, que representan el 41% de la superficie del planeta. Y las previsiones de la propia ONU dibujan un panorama sombrío: para 2050 se habrán perdido 1,5 millones de kilómetros cuadrados de tierras agrícolas, el equivalente a toda la tierra de cultivo de la India.

Y las de la Comisión Europea no son mejores: más de 50 millones de personas podrían tener que desplazarse en las próximas tres décadas para huir de la escasez de alimento y agua, como asegura su World Atlas of Desertification.

«Somos animales terrestres, vivimos sobre la tierra y prácticamente todos nuestros alimentos crecen sobre el suelo, ya sean los animales o las plantas», advierte Fernando Maestre, catedrático de Ecología de la Universidad de Alicante, reconocido internacionalmente por sus investigaciones sobre ecosistemas áridos. «Si el suelo se degrada y pierde la capacidad de mantener vegetación, ecosistemas naturales y cultivos productivos, lo perdemos todo», subraya. Maestre no duda en alertar de que «estamos degradando suelo a pasos agigantados por lo mal que lo tratamos y es algo que cuesta mucho recuperar».

Entre las formas de ese maltrato, este experto enumera la agricultura intensiva de regadío que ha desecado Doñana y van camino de hacer lo mismo con las Tablas de Daimiel; el cultivo de olivos en pendiente y sin vegetación entre medias que pueda frenar la erosión que provocan las riadas, la explotación de acuíferos en los invernaderos almerienses...

Inteligencia artificial

La desertización supone un gran peligro para la raza humana, pero este no es otro reportaje apocalíptico sobre cómo el aumento de la temperatura global y la escasez de agua tumbarán nuestro modo de vida, sino todo lo contrario: habla sobre qué están haciendo la voluntad y el conocimiento humanos para contener o revertir el fenómeno.

El propio Fernando Maestre ha trabajado en una investigación publicada por Nature Plants que ha empleado inteligencia artificial para medir la extensión de los bosques que aún sobreviven en las zonas áridas del planeta y predecir su evolución futura a partir del clima de cada zona en el pasado.

«Sólo en la provincia de Alicante, el 40% de los bosques puede desaparecer antes del final de este siglo», alerta este experto, convencido de que se podrían utilizar las predicciones que hace su estudio para definir en qué zonas tienen posibilidades de prosperar las repoblaciones y qué especies son las más adecuadas en cada caso (arbóreas, arbustivas, herbáceas...). «Ese 40% de bosques tenemos que gestionarlo y prepararlo para intentar conservarlo. Por ejemplo, reduciendo la densidad de árboles para disminuir el uso de agua y el riesgo de incendios», añade.

El ejemplo israelí

«La ciencia y la innovación pueden y deberían tener un papel clave en la mayoría de los casos y las áreas», defiende Noam Weisbrod, director de los Institutos Jacob Blaustein para la Investigación del Desierto, la red de centros científicos que creó Israel en los 70 con el fin de encontrar la forma de recuperar el desierto del Neguev para la agricultura y que ha convertido al país hebreo en referente mundial en la materia.

«No podemos cambiar el clima de una zona y es bastante lenta y limitada nuestra capacidad para controlar el cambio climático y las sequías, inundaciones, la inestabilidad atmosférica y la desertificación acelerada que supone», argumenta Weisbrod. «Pero la investigación debería ayudarnos a desarrollar soluciones sostenibles para vivir en el desierto y crear agricultura provechosa en él», añade.

Israel es el claro ejemplo de que se puede lograr. Varias décadas de investigación han conseguido auténticos milagros en un país compuesto en un 95% por tierras áridas y en el que, de hecho, el Neguev acapara un 60% del territorio nacional. Weisbrod explica algunas de las técnicas que han desarrollado para convertir en fértil el suelo del desierto.

«Tenemos repartidos por el Neguev muchos limans, arboledas plantadas en torno a micro-cuencas hacia las que canalizamos el agua de las riadas; desarrollamos cosechas con alta tolerancia a condiciones extremas, implementamos sistemas de riego más adecuados para el desierto...». Y así, hasta sustentar una milagrosa y lucrativa actividad viticultora en la zona, como demuestra el viñedo de la imagen que ilustra estas líneas.

REGENERAR Y DESALAR

Curiosamente, los ya mencionados invernaderos del poniente almeriense también han desarrollado sistemas de optimización del riego, pero con una diferencia respecto al ejemplo del país hebreo.

«Israel creó un sistema de tuberías que recorren todo el país para llevar el agua tratada o desalada a donde se necesita, mientras que en Almería lo que hacen es esquilmar los acuíferos», compara Irene de Bustamante, directora adjunta del instituto de Investigación Imdea Agua de la Comunidad de Madrid.

En opinión de esta experta, «la reutilización del agua sí que es el futuro de la raza humana, junto con la desalinización, ya que permiten aumentar la disponibilidad de agua pese al cambio climático».

Y lo cierto es que en ambos casos está puesto el foco de la innovación. El problema de la desalinización es que es caro producir agua y, sobre todo, es caro transportarla lejos de la costa, por lo que reduce la rentabilidad de las cosechas.

En cambio, potenciar la regeneración requerirá desarrollar sistemas cada vez más eficientes y baratos para eliminar del agua tratada metales pesados, sustancias químicas, antibióticos... imprescindible si se quiere reutilizar en cultivo o para consumo humano. Todo un desafío, aunque en 2019, el 93% de las aguas residuales fueron depuradas en Israel y el 86% se reutilizaron en la agricultura.

Soluciones high-tech

Igualmente, la desalación proporcionó el 70% de recursos hídricos para consumo doméstico y uso municipal. «Hay que meter el agua en el circuito de la economía circular y fomentar soluciones basadas en la naturaleza para que sean sostenibles, circulares y rentables... eso es más útil que las propuestas high-tech», plantea De Bustamante.

Lo cierto es que tampoco faltan iniciativas que buscan resolver el problema de la desertificación desde la apuesta por la innovación futurista y la tecnología de campanillas. Por ejemplo, desde enfoques científicos como los que se enumeran junto a este texto y en los que trabajan empresas españolas como Agrow Analytics (IA para ahorrar agua optimizando el dónde, cuándo y cuánto regar) o Aquaer (generadores capaces de extraer gotas de rocío de la humedad del aire).

No hay que olvidar que España es el país de Europa más afectado por la desertificación, ya que el 73,7% de su superficie es árida, en comparación con el ya mencionado 41% del planeta.

«Salvo la cornisa atlántica, el resto de la Península Ibérica entra dentro del paraguas de las zonas áridas y nos encaminamos hacia escenarios de colapso hídrico en muchas regiones», advierte Maestre, que acude a la Paradoja de Jevons para explicar cómo la innovación puntera que se ha desarrollado en nuestro país en los últimos años para la desalación o la optimización de agua en el mar de plástico almeriense no ha servido para ahorrar agua sino para gastar más en los cultivos.

«En España, la foto de la desertificación no son las dunas, sino las de los invernaderos, porque es un uso de la tierra que está esquilmando los recursos de una manera claramente insostenible», describe este experto, que coincide con Irene De Bustamante en subrayar una segunda paradoja: no hay innovación más efectiva en la lucha contra el avance del desierto que hacer las cosas con el ritmo y el criterio e la naturaleza: priorizar la sostenibilidad en lugar de las necesidades del mercado y la obsesión por maximizar los beneficios.

Oasis de Innovación

  • Agua de la atmósfera. Diversas universidades han desarrollado proyectos para la 'suelización del desierto' gracias a la aplicación sobre la arena de hidrogeles capaces de absorber gran cantidad de agua del aire antes de liberarla al suelo.


  • Drones de siembra. Otra tecnología que se está probando en las repoblaciones masivas es lanzar semillas inteligentes desde drones, aunque su efectividad es limitada porque, al quedar en superficie, suelen comérselas las hormigas.


  • Optimización. El empleo de 'big data' en el riego y en el control de las canalizaciones de agua está permitiendo optimizar su uso y detectar fugas a tiempo.

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