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Cómo reverdecer la ciudad empezando por el tejado

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Proliferan en Barcelona las iniciativas para cultivar en terrazas y como solución para enfriar los tejados expuestos al sol y combatir los efectos del cambio climático

Robert Strauss, en sus terrazas comestibles en el barrio de Gràcia.
Robert Strauss, en sus terrazas comestibles en el barrio de Gràcia.CARLOS FRESNEDA

Todo el año es un carnaval comestible en las terrazas de Robert Strauss en el barrio de Gràcia. Es una de las grandes ventajas que tiene Barcelona, que se puede cultivar hasta en diciembre, y ahí tenemos las patatas, las habas, los nabos y, por supuesto, los calçots (cebolletas), a punto para las típicas 'calçotadas' de invierno.


Claro que todo tiene su contrapunto, y el termómetro se disparó hasta los 51,7 grados el pasado 25 de mayo en una de las cinco terrazas de Robert Strauss, que todo lo mide con precisión milimétrica. Aunque a la sombra, en el hueco que queda bajo las cajas de cultivo, la temperatura registrada ese mismo día fue de 36,7 grados, "lo cual sirve para darnos una idea de cómo las cubiertas verdes pueden enfriar los tejados expuestos al sol".


Barcelona tiene además otra gran ventaja: el 67% de las azoteas son planas. A vista de pájaro, los 'terrados' ocupan una superficie de 1.764 hectáreas. O lo que es lo mismo: 150 veces el Camp Nou.


Las ventajas de cultivar en las azoteas las conoce mejor que nadie Joan Carulla, 99 años, la mitad de ellos consagrado a su vergel de 260 metros cuadrados en el barrio del Clot. El 'abuelo' de los tejados verdes ha recibido precisamente este año el premio que lleva su nombre, creado por la asociación Replantem, donde se dan la mano una larga veintena de entusiastas del cultivo en altura. Entre ellos, Robert Strauss.


A Robert Strauss (Nueva York, 1955) le ha puesto el veterano Carulla el sobrenombre del 'Tarzán de las terrazas', por su habilidad para deslizarse subiendo y bajando escaleras portátiles por los cinco niveles, entre sus propios terrados y los que le prestan sus vecinos, a cambio de una parte de la cosecha que destina al autoconsumo.


Con su sonrisa contagiosa y su trajín por los tejados, Robert tiene también algo de duende en esta especie de bosque vertical, donde aparece y desaparece entre el verdor trepante, ante los ojos cómplices que saludan desde las ventanas.


- ¿Qué tenemos hoy?
- Pues aquí mismo, unos chiles conocidos como el Dragón tailandés, por el color rojo vivo que tienen y por lo que pican.


Robert está especialmente contento este año por la espléndida cosecha de patatas, unos 27 kilos en la primera cosecha, y a punto ya la segunda. Eso sí, la ola de calor hizo que se acabaran en agosto las cosechas de tomate y pepinos. Y la falta de lluvia propició una plaga de araña roja que afectó también a las habas y a las berenjenas. Del maíz y los girasoles mejor no hablar porque se han resistido a sucesivos intentos.


Aunque más que las altas temperaturas, lo que afecta su producción casera son las grandes variaciones y la imprevisibilidad en cualquier estación del año: "El tiempo está loco, loco, loco... El invierno pasado apenas tuvimos lluvia. Enero fue el más caliente de la historia. Y de pronto en marzo tuvimos dos veces granizo en diez días, y eso hizo mucho daño a las cosechas".

Robert Strauss ha ideado su propio sistema de cultivo, evitando poner tierra directamente sobre el suelo y usando principalmente cajas de plástico -rescatadas de las fruterías- a modo de maceteros. Un total de 140 cajas de cultivo, según el último recuento, se distribuyen por las cinco alturas. Con precisión matemática, usando hojas de Excel, controla hasta el último detalle. La tierra la alimenta con su fábrica casera de compost que tiene en el selvático patio interior, donde han agarrado las plataneras y hasta una lúcuma de los Andes. En invierno riega sobre todo con manguera, aunque su sueño es instalar un sistema de captación del agua de lluvia.


Pongamos que todo lo que sabe lo aprendió por sí mismo y observando. En San Francisco, gracias a su amigo Martin, que le inició en la agricultura urbana. En Camerún, donde fue director de los Peace Corps durante cinco años, por inspiración directa del guarda y jardinero Moses. Aunque fue realmente en su estancia en Madagascar, donde tuvo a su cargo un jardín de 1.500 metros cuadrados, donde se inició en las tareas de la regeneración de los suelos y el compostaje.


Robert suele definirse como "un escritor americano jubilado", galardonado tres veces en los Lowell Thomas Awards (algo así como los Oscar del periodismo de viajes). Cansado de recorrer mundo, decidió echar raíces en el 2012 en Barcelona con su mujer artista, Nina, y con su hija de 15 años. Decidieron que la ciudad tenía todo lo que buscaban, y se embarcaron en la difícil tarea de reverdecer Gràcia desde dentro.


"Barcelona puede convertirse en referencia mundial del cultivo en altura, pero aún estamos lejos", asegura. "Entre otras cosas porque hay leyes muy restrictivas que prohíben la venta de productos agrícolas urbanos. Con esas restricciones en pie es muy difícil que la gente tenga incentivos para cultivar, como sí existen por ejemplo en mi Nueva York natal, con el ejemplo de una granja urbana comercial como Brooklyn Grange".


"En Nueva York, el clima permite cultivar tan solo seis o siete meses, mientras que en Barcelona es posible los 365 días del año, imagina las posibilidades", apunta Robert Strauss. "Las ciudades serán verdes o no serán, empezando por los tejados", recoge el testigo Adela Martínez, fundadora de Huertos in the Sky y agitadora mayor de Replantem.


Allá por el 2018, contemplando desde la Barceloneta la desolación de las azoteas vacías, Adela imaginó en su lugar una sucesión de huertos en el cielo, combatiendo el efecto de "isla de calor" y creando al mismo tiempo comunidad entre los vecinos. La idea evolucionó hasta la creación de Replantem y el lanzamiento de Las 48 Horas (de Agricultura y Verde Urbano).


"En los dos años se han impulsado veinte cubiertas vegetales en la ciudad, pero es difícil dar el salto si no hay continuidad y una viabilidad comercial, por eso es tan importante cambiar la ley", apunta Adela, desde el huerto de los cielos de la Barceloneta. "Esta ciudad, con sus terrados planos y los interiores verdes de las "illas", lo tiene todo a su favor para convertirse en laboratorio de la agricultura urbana".

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